sábado, 26 de septiembre de 2009

Capitulo trece En el camino no hay mas caminos

En un mañana gris habiendo recibido la llamada que habían encontrado el cadáver de un loco vagabundo cerca del Flamboyán azul a la entrada del pueblo. Mal augurio comenzar el día con un muerto. Aun así es mi obligación levantar el cadáver y poner a ese infeliz a descansar. No es un camino largo, se acorta mas cuando el vehículo oficial suena su sirena permitiendo más rápido el paso. – como odio las imágenes grotescas de la muerte – y aquí ando. Se divisa a lo lejos la multitud de gente, los curiosos y noveleros, como si no hubiese nada más que hacer. El cielo comienza a convertirse en azul claro, lavado y trae unas nubes blancas. El paisaje es noble donde se encuentra el árbol se percibe el verde del prado, aun huele a mojado. Allí se encuentra el viejo árbol erguido y noble entre todos ellos. Con sus hojas de azul intenso contrastando con el cielo tímido. En este espacio abierto se ha convertido en testigo de la muerte de un desconocido
He soñado con la muerte, en ese sueño, la muerte soñaba conmigo, que me llevaba, por fin, con ella. Dicen, que cuando sueñas que alguien muere, estás alargando su vida, pero, ¿a costa de qué?; ¿de jirones de la propia existencia; de recuerdos perdidos del pasado...? y ahora estoy más cerca de ella, en ese viejo árbol, sentado frente a mí. Me acerco -recojo un papel arrugado- despacio lo abro y en el escritas están estas letras.
“Extraño el opio que de tus besos extraía para calentar mi día, extraño el sabor de tus labios después de rozar los míos, extraño tanto las palabras exactas que me hacían reír, y las palabras que me hacían pensar, el reloj que me regalaste ha decidido detenerse completamente y ahora ha olvidado dar la hora, extraño las miradas cómplices que nos dábamos cuando hacíamos juntos alguna travesura, extraño el roce de tu tacto en mi cuerpo, recuerdo como me hacías volar, duele saber que el amanecer vendrá y tu rostro no entrará por mi ventana, extraño las noches en las que me llevabas de la mano a la luna y contábamos”

Terminan las letras sin firma pero asumo que venía del pobre vagabundo, en algún momento presagio su muerte -¿será así con todos?- si fuera tendríamos la oportunidad de corregir eso graves errores que hemos dejado en pasado.

La imagen del vagabundo sentado con su mochila mugrosa usada de almohada. – Pobre viejo tenía todos los años juntos- eso pensaba,- con su mano izquierda apretaba contra el pecho, un cuaderno y en su mano derecha un relicario con un estuche abierto. La curiosidad me mataba pero debía esperar que los técnicos terminaran de tomar las fotos de rigor y preservar la integridad de la escena. No tenía que ser un experto para saber que la muerte se debió a causas naturales pero las cosas son así, seguir procesos.

Tan pronto terminaron, tome el cuaderno y comencé a leer las notas, esas que he relatado. En el relicario la foto en blanco y negro de una mujer joven con ojos avellanados y una sonrisa angelical. Grabada en el “al hombre que siempre he amado”

“He intentado alguna vez olvidarte,pero mi corazón se me ha negado.”

No vayan a pensar que oigo voces como el vagabundo – pensé - que al final del camino no hay más caminos. A lo largo de la ruta terminamos donde comenzamos.

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